Endeble como la hoja de un árbol de hoja caduca,
que al asomarse el viento álgido,
cae trazando un oleaje de odio en su descenso.
Descenso del cual no deja huella visible,
sino una aflicción en ojos simples,
una irritación en ojos fríos
y una pregunta en ojos curiosos.
Si un acto tan anodino a su pesar y
tan natural para su razón,
me pregunto,
¿qué le queda?
La soledad de su propio juego ensortijado,
donde no quedan competidores,
donde no se avanza si no cesa,
donde ríe sola, sin una carcajada honesta.