Historias de París
Continuación:
El último café
Llegada a París
Tres largos meses han pasado desde el primer día en que empecé a trabajar en la cafetería de la esquina, Les Etoiles. Tres meses de alegría, sólo de alegría. De eso te encargaste tú.
Llevaba mi vestido más elegante, mis zapatos más caros y mi pintalabios más rojo esa noche. El vestido largo ocultaba un corset negro para el que había ahorrado. Me puse la chaqueta y salí hacia su hotel. Ethan volvía a estar en París por su trabajo. Era abogado y llevaba un caso de una empresa que tenía problemas por un supuesto fraude fiscal. Venía cada dos semanas, pero lo llevábamos bastante bien. Era incapaz de dejar de sonreír mientras caminaba por las calles frías de París, iluminadas por una luna que esa noche brillaba intentando ser sol, pensando en lo alegre que se pondría Ethan al verme. Quería que fuese una sorpresa así que no le había comentado nada. Sólo escuchaba el paso de mis zapatos contra la acera. Iba dando saltitos de vez en cuando y riendo como tonta pensando en la velada que nos esperaba. No podía evitarlo. "No sabes nada de él" me había dicho mi madre en una carta. Ella no podía entenderlo.
Foto: Huellas de lluvia
Ahí estaba yo, vestida de gala para cenar contigo en una habitación de hotel. ¿Qué podía salir mal? Todo. Entré usando la llave que me dejaron en recepción y escuché la ducha. Me fue imposible abrir la puerta del baño, estaba cerrada. Decidí quitarme el vestido y adelantar el postre. Ojalá su cara al salir hubiese sido de alegría, de sorpresa, cualquier cara menos aquella. No le hizo falta decirme nada para que me diera cuenta de que no me quería ahí. Esa noche, no.
Gritando me dijo fue que me escondiese, que su mujer e hijos estaban llegando al hotel. Mientras yo procesaba esas palabras me empujó hacia la ventana, para ocultarme en la pequeña terraza que tenía. Un segundo después, estaba su mujer y sus hijos entrando por la puerta. El corazón me latía tan fuerte que temía que lo escuchasen. Que escuchasen los trozos caer. Pero más miedo tenía yo de caerme de un cuarto piso, sobretodo al no poder dejar de temblar. Ahí estaba yo, medio desnuda, con mi corset negro para el que había ahorrado, en pleno invierno, en una terraza de un cuarto piso. Y la mujer abriendo una puñetera botella de champán. Le odié, en ese momento le odié. No sé cuánto tiempo pude estar ahí, pero estaba segura de que una pulmonía me iba a dar.
Un buen rato después, vi que finalmente se iba su familia. La mujer que deseaba ser yo y los hijos que deseaba tener yo. Al abrirme la puerta de la terraza, sin dejar de toser, cogí mi chaqueta, le miré desando que me dijese que no sería para siempre, que quería dejarla, pero no. No me dijo nada. Ni las malas noticias de que no la dejaría. Con lágrimas negras me fui. No quería estar cerca de ese lugar, cerca de él. Pero mientras me alejaba, me giré por última vez y le vi salir del hotel, reuniéndose con su mujer e hijos. Entonces no sabía si caminaba hacia delante o hacia atrás. Si el cielo estaba sobre mi cabeza o a mis pies. El mundo giraba al revés y no me dejaba respirar, y, por mucho tiempo después, no volví a respirar.
27 de diciembre, 1939:
Quedan pocos días para acabar el año. No sé si quiero que empiece otro. No sé si aguantaré a que empiece otro.